José Ignacio González Faus, JS
Profesor de teología, Barcelona
La palabra Dios es seguramente la más mal usada de toda la historia humana. Es posible que en ningún otro nombre (ni siquiera en nombre de la libertad, de la justicia, o del amor...) se hayan cometido aberraciones mayores que en el nombre de Dios. Esta paradoja no es casual. Y el Viernes Santo puede ayudar a entenderla.
Contra la banalización de Dios.
Los hombres suelen buscar a Dios como respuesta a una necesidad propia: necesidad de claridad, de explicación, de dominio... El Viernes Santo es precisamente la desautorización de esa forma de creer en Dios. Por paradójico que parezca, el seguidor de Jesús sólo cree en Dios porque hubo un hombre de esta historia que murió diciendo "Dios mío ¿por qué me has abandonado?" (cf. Mc 15,34).
¡Esta parecería ser la más fuerte razón para no creer en Dios!. Y sin embargo, lo extraño es que de ese hombre que había muerto así, y "al ver cómo había muerto", se comenzó a decir: "verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios" (cf. Mc 15,39).Ahí que daron destrozadas todas las ideas humanas sobre Dios.
Desde entonces, las demás funciones que los hombres asignan a Dios (Causa última, Clave de bóveda explicativa, Fundamento, meta del deseo humano...), pueden tener algo válido pero son
radicalmente secundarias. Si se las erige en primarias se corre el peligro de hacer un Dios a imagen del hombre, y una "religión a la carta".
De semejante religión valdrán siempre las palabras de Marx: "el hombre hace esa religión; esa religión no hace al hombre". En cambio, el Viernes Santo significa que el Dios del Calvario no cabe en proyecciones humanas. Por eso tendemos a olvidarlo.
Se podrá creer después que Jesús ha resucitado. Pero seguirá siendo verdad que -como reza un conocido axioma teológico- "el Resucitado es el Crucificado"; y no otro. Y seguirá siendo verdad lo que Pablo de Tarso escribió hace casi veinte siglos a todos los que pretendían -también entonces- hacerse un cristianismo a la carta: "ante vosotros sólo quiero saber una cosa: el Crucificado" (cf.1 Cor 2,2).
Viernes maldito.
Crucificado ¿por qué? ¿Por exigencias de algún orden metafísico expiatorio? Propiamente no. Jesús fue ajusticiado porque, en nombre de Dios, había puesto al hombre por encima de la iglesia judía, por encima del imperio romano, por encima de la seguridad que da la ley cumplida, y de la tranquilidad o el prestigio que da la riqueza poseída. Por vivir así, unos le condenaron, también en nombre de Dios ("por blasfemo"); y otros creyeron que era "El Ungido". Pero ungido CON DIOS, no con ungüentos humanos así sean los más sofisticados
Por eso, mirando veinte siglos de cristianismo a la luz del Crucificado, habría que decir que el gran pecado de las iglesias no han sido los excesos de dinero ni aun de poder (por graves que sean), sino el "tomar el Santo Nombre de Dios en vano", renegando del Dios que nos descoloca para pasarse al Dios a quien tenemos colocado. Se trata seguramente de una caída inevitable, dada la dinámica de la razón y del lenguaje humanos. Pero al menos conviene recordarla de vez en cuando, para tratar de reconvertirla. Es lo que intentaba hacer san Pablo cuando decía provocativamente a sus lectores: "maldito de Dios el que pende del Madero" (cf. Gal 3,13).
Al acabar la segunda guerra mundial, el teólogo japonés Kazo Kitamori escribió que "la Iglesia existe sólo para conservar el asombro de que Dios es el Crucificado que muere". Afirmar esto no es reducir la misión de las iglesias a un sector de la vida diminuto y pío. Al revés: cuando se mantiene vivo ese recuerdo, sacude y subvierte casi todas las dimensiones del existir humano: porque es como poner sobre la mesa lo que nosotros preferiríamos ocultar en algún cubo de basura.
Por eso decían los antiguos que "en medio de todos los vaivenes humanos sólo sigue en pie la Cruz" (stat Crux dum volvitur orbis). Esta frase tiene una lectura cínica: que a pesar de tanto progreso, el hombre sigue crucificando al hombre; y el progreso se reduce a crucificar al hombre ya no con clavos, sino con misiles. Pero tiene también una lectura creyente: que en medio de tanta crucifixión del hombre por el hombre, sólo hay un punto fijo al que mirar estremecidos: el Dios Crucificado. Ambas lecturas son válidas, aunque eso nos cueste entenderlo.
La cruz desarma, no arma.
Lo que nos ocurre es que los hombres del s. XX sabemos indignarnos, pero quizás ya no sabemos estremecernos. Y cuando sólo hay indignación sin estremecimiento, aquélla se convierte en excusa para tomar a los demás como chivos expiatorios, y descargar sobre ellos toda nuestra necesidad de justificación. Fue lo que hicieron los asesinos de Jesús: "la culpa es suya, que si baja de la cruz bien dispuestos estamos a creer en El" (cf. Mc 15,32). O: nuestra nación seguirá viviendo, y esta será la prueba de que Dios estaba con nosotros y contra Él (cf Jn 11,50 y Mc 15,31.32)... Ignoraban que precisamente porque era Dios no bajaba de la Cruz. Pero ¿cómo iban a entender eso si destroza todas las ideas preconcebidas que podamos hacernos sobre Dios? ¿Si pone en cuestión todas las ilusiones que aspiraríamos a saciar con El? ¿Si impide que Dios sea una simple proyección del hombre y éste se haga una religión "a la carta"?
No iría mal meditar todo eso sobrecogidos, una vez al año al menos. Luego ya volveremos a abusar de Cristo como hasta ahora: las iglesias para garantizar su poder, las derechas para fundamentar su seguridad farisea, las izquierdas para justificar su violencia justiciera, los sabios para declararlo loco, los bienpensantes para escandalizarse de Él. Y nosotros, más postmodernos y de aspiraciones más pequeñitas, para asegurar nuestro "puente de semana santa".
Contra la banalización de Dios.
Los hombres suelen buscar a Dios como respuesta a una necesidad propia: necesidad de claridad, de explicación, de dominio... El Viernes Santo es precisamente la desautorización de esa forma de creer en Dios. Por paradójico que parezca, el seguidor de Jesús sólo cree en Dios porque hubo un hombre de esta historia que murió diciendo "Dios mío ¿por qué me has abandonado?" (cf. Mc 15,34).
¡Esta parecería ser la más fuerte razón para no creer en Dios!. Y sin embargo, lo extraño es que de ese hombre que había muerto así, y "al ver cómo había muerto", se comenzó a decir: "verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios" (cf. Mc 15,39).Ahí que daron destrozadas todas las ideas humanas sobre Dios.
Desde entonces, las demás funciones que los hombres asignan a Dios (Causa última, Clave de bóveda explicativa, Fundamento, meta del deseo humano...), pueden tener algo válido pero son
radicalmente secundarias. Si se las erige en primarias se corre el peligro de hacer un Dios a imagen del hombre, y una "religión a la carta".
De semejante religión valdrán siempre las palabras de Marx: "el hombre hace esa religión; esa religión no hace al hombre". En cambio, el Viernes Santo significa que el Dios del Calvario no cabe en proyecciones humanas. Por eso tendemos a olvidarlo.
Se podrá creer después que Jesús ha resucitado. Pero seguirá siendo verdad que -como reza un conocido axioma teológico- "el Resucitado es el Crucificado"; y no otro. Y seguirá siendo verdad lo que Pablo de Tarso escribió hace casi veinte siglos a todos los que pretendían -también entonces- hacerse un cristianismo a la carta: "ante vosotros sólo quiero saber una cosa: el Crucificado" (cf.1 Cor 2,2).
Viernes maldito.
Crucificado ¿por qué? ¿Por exigencias de algún orden metafísico expiatorio? Propiamente no. Jesús fue ajusticiado porque, en nombre de Dios, había puesto al hombre por encima de la iglesia judía, por encima del imperio romano, por encima de la seguridad que da la ley cumplida, y de la tranquilidad o el prestigio que da la riqueza poseída. Por vivir así, unos le condenaron, también en nombre de Dios ("por blasfemo"); y otros creyeron que era "El Ungido". Pero ungido CON DIOS, no con ungüentos humanos así sean los más sofisticados
Por eso, mirando veinte siglos de cristianismo a la luz del Crucificado, habría que decir que el gran pecado de las iglesias no han sido los excesos de dinero ni aun de poder (por graves que sean), sino el "tomar el Santo Nombre de Dios en vano", renegando del Dios que nos descoloca para pasarse al Dios a quien tenemos colocado. Se trata seguramente de una caída inevitable, dada la dinámica de la razón y del lenguaje humanos. Pero al menos conviene recordarla de vez en cuando, para tratar de reconvertirla. Es lo que intentaba hacer san Pablo cuando decía provocativamente a sus lectores: "maldito de Dios el que pende del Madero" (cf. Gal 3,13).
Al acabar la segunda guerra mundial, el teólogo japonés Kazo Kitamori escribió que "la Iglesia existe sólo para conservar el asombro de que Dios es el Crucificado que muere". Afirmar esto no es reducir la misión de las iglesias a un sector de la vida diminuto y pío. Al revés: cuando se mantiene vivo ese recuerdo, sacude y subvierte casi todas las dimensiones del existir humano: porque es como poner sobre la mesa lo que nosotros preferiríamos ocultar en algún cubo de basura.
Por eso decían los antiguos que "en medio de todos los vaivenes humanos sólo sigue en pie la Cruz" (stat Crux dum volvitur orbis). Esta frase tiene una lectura cínica: que a pesar de tanto progreso, el hombre sigue crucificando al hombre; y el progreso se reduce a crucificar al hombre ya no con clavos, sino con misiles. Pero tiene también una lectura creyente: que en medio de tanta crucifixión del hombre por el hombre, sólo hay un punto fijo al que mirar estremecidos: el Dios Crucificado. Ambas lecturas son válidas, aunque eso nos cueste entenderlo.
La cruz desarma, no arma.
Lo que nos ocurre es que los hombres del s. XX sabemos indignarnos, pero quizás ya no sabemos estremecernos. Y cuando sólo hay indignación sin estremecimiento, aquélla se convierte en excusa para tomar a los demás como chivos expiatorios, y descargar sobre ellos toda nuestra necesidad de justificación. Fue lo que hicieron los asesinos de Jesús: "la culpa es suya, que si baja de la cruz bien dispuestos estamos a creer en El" (cf. Mc 15,32). O: nuestra nación seguirá viviendo, y esta será la prueba de que Dios estaba con nosotros y contra Él (cf Jn 11,50 y Mc 15,31.32)... Ignoraban que precisamente porque era Dios no bajaba de la Cruz. Pero ¿cómo iban a entender eso si destroza todas las ideas preconcebidas que podamos hacernos sobre Dios? ¿Si pone en cuestión todas las ilusiones que aspiraríamos a saciar con El? ¿Si impide que Dios sea una simple proyección del hombre y éste se haga una religión "a la carta"?
No iría mal meditar todo eso sobrecogidos, una vez al año al menos. Luego ya volveremos a abusar de Cristo como hasta ahora: las iglesias para garantizar su poder, las derechas para fundamentar su seguridad farisea, las izquierdas para justificar su violencia justiciera, los sabios para declararlo loco, los bienpensantes para escandalizarse de Él. Y nosotros, más postmodernos y de aspiraciones más pequeñitas, para asegurar nuestro "puente de semana santa".
No hay comentarios:
Publicar un comentario