ANUNCIO 1

“Zuen aurretik joango da Galileara; han ikusiko duzue" "Él va delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis"

viernes, 27 de abril de 2007

Dios no está en crisis



JOSÉ ANTONIO PAGOLA
Publicado en ECLESALIA, 25/04/07

Es más frecuente de lo que pensamos. Los creyentes decimos creer en Dios, pero en la práctica vivimos como si no existiera. Éste es también el riesgo que tenemos hoy al abordar la crisis religiosa actual y el futuro incierto de la Iglesia. Vivir estos momentos de manera «atea».

Ya no sabemos caminar en la «presencia de Dios». Analizamos nuestras crisis y planificamos el trabajo pensando sólo en nuestras posibilidades. Se nos olvida que el mundo está en manos de Dios, no en las nuestras. Ignoramos que el «Gran Pastor» que cuida y guía la vida de cada ser humano es Dios.

Vivimos como cristianos «huérfanos» que han perdido a su Padre. La crisis nos desborda. Lo que se nos pide nos parece excesivo. Es imposible perseverar con ánimo en una tarea, cuando no se ve el éxito por ninguna parte. Nos sentimos solos y cada uno se defiende como puede.

Según el relato evangélico, Jesús está en Jerusalén comunicando su mensaje. Es invierno y, para no enfriarse, se pasea por uno de los pórticos del templo, rodeado de judíos que lo acosan con sus preguntas. Jesús está hablando de las «ovejas» que escuchan su voz y le siguen. En un momento determinado dice: «Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre».

Según Jesús, «Dios supera a todos». Que nosotros estemos en crisis, no significa que Dios está en crisis. Que los cristianos perdamos el ánimo, no quiere decir que Dios se haya quedado sin fuerzas para salvar. Que nosotros no sepamos dialogar con el hombre de hoy, no significa que Dios ya no encuentre caminos para hablar al corazón de cada persona. Que las gentes se marchen de nuestras Iglesias, no quiere decir que se le escapen a Dios de sus manos protectoras.

Dios es Dios. Ninguna crisis religiosa y ninguna mediocridad de la iglesia podrán «arrebatar de sus manos» a esos hijos e hijas a los que ama con amor infinito. Dios no abandona a nadie. Tiene sus caminos para cuidar y guiar a cada uno de sus hijos, y sus caminos no son necesariamente los que nosotros le pretendemos trazar.

miércoles, 25 de abril de 2007

2º encuentro de agentes de pastoral infantil y juvenil de la Unidad Pastoral (SUSPENDIDO)


por Ibon Alonso
(Coordinador de la Comision de educación en la fe de la UP)

En el mes de noviembre, desde la comisión de educación en la fe de la UP convocamos un primer encuentro de agentes de pastoral (catequesis, adolescentes, jóvenes) en los locales del colegio marista El Salvador. En aquella ocasión el objetivo era que estas personas comenzaran a conocerse y, por otro lado, aprovechar para recoger sus puntos de vista sobre cómo podríamos iniciar el trabajo en común dentro de la unidad en sus ámbitos de acción pastoral: necesidades, posibilidades, coordinación, disponibilidad, etc. Pretendíamos que fueran ellos mismos quienes, como protagonistas de la labor evangelizadora entre los más jóvenes, establecieran los puntos de partida. Aunque no surgieron propuestas concretas, la valoración general fue muy positiva y todos los asistentes se mostraron de acuerdo en hacer cosas juntos y mantener la relación allí iniciada.





viernes, 20 de abril de 2007

Carta al obispo Rouco de una feligresa de Madrid


Me ha llegado por e-mail esta carta que no me resisto a darla a conocer

Carta a mi Obispo Antonio María Rouco

Madrid, 11 de abril del 2007

Muy Sr. mío: Con el corazón de pascua, pero algo agitada porque últimamente mis amigos ateos están muy interesados en los “ecos de sociedad” de mi iglesia y también porque, como usted, ando preocupada por la marcha de nuestra familia religiosa, le comparto algunos de mis temores.

Soy de la generación que conocí a un Dios lejano, controlado por los expertos, que manipulaba conciencias, atemorizaba al personal y nos dividía en buenos y malos. Ese Dios que olía a incienso, a confesionario, a reclinatorio, a oscurantismo, a indulgencias, a velo y devocionario, a lejanía, a ojo controlador, a sacrificios para conseguir la santidad y a convertir el cuerpo y al sexo opuesto en enemigo mortal. Más tarde tuve la suerte de descubrir al Dios de Jesús, sencillo, sin oropeles ni distancias, que llamaba a unos a dejarlo todo y a seguirle, en la vida religiosa y a otros a seguirle en la vida familiar, pero que invitaba a todos a la igualdad, a la fraternidad y a la felicidad. Este Dios que nos unía, se volvía cercano, rompía distancias, púlpitos y oropeles democratizaba la vida y nos puso en marcha hacia la construcción del Reino de Dios, es decir, la gran familia humana.

Toda mi juventud estuvo dinamizada por ese Espíritu de Dios que nos invitaba a ser luz del mundo y sal de la tierra y nos impulsaba a ser adultos, maduros y a vivir la pasión por la Vida en abundancia, con una preferencia clara por los pobres y los necesitados. Todo esto lo íbamos descubriendo junto a “curas y monjas” que habían hecho una opción radical por entregar su vida a Dios y nos contagiábamos juntos del estilo de vivir de Jesús, de la vivencia de la oración y la celebración en nuestras vidas, como alimento fundamental para mantenernos coherentes y creyentes. Formábamos comunidades y dinamizábamos las parroquias y los barrios, nos comprometíamos en la vida pastoral y social y aprendimos a tratar a Dios de tú y a sentirnos personas habitadas, en vez de hablarle de vuecencia y de adorarle en los altares. Procurábamos que donde estuviéramos hiciéramos presente a Dios y que en los demás también le viéramos a El.

El Concilio Vaticano II fue el motor de este cambio que veíamos coincidía absolutamente con el mensaje del evangelio, por lo que fueron tiempos de ilusión, de aseguramiento en la fe, de opciones y compromisos fuertes con la iglesia y con la sociedad. En el trabajo, en el ocio y en el entorno procuramos ser levadura en la masa y ayudar a la gente a apasionarse por Jesús y su mensaje y a sentir a Dios como el motor de sus vidas. En nuestras familias se vivió la fe con pasión, siempre acompañados por esos religiosos que caminaban con nosotros al unísono, en igualdad y cercanía, enriqueciéndonos mutuamente social y espiritualmente. Nuestros hijos gozaron el privilegio de una fe fuerte, compartida con la comunidad cristiana, celebrada y orada en la parroquia, con unas catequesis cuidadas, (no recuerdo si eran homologadas o no), vividas de forma que los adultos fuéramos contando a los niños y jóvenes lo que representaba Dios en nuestra vida, como tesoro y como fermento y así han ido pasando los años.

Estos chicos se han ido haciendo mayores y resulta que la iglesia que les queda no les sirve porque han desaparecido los aires frescos de aquel concilio y han resucitado los sagrarios dorados, los barrotes alrededor del altar, las genuflexiones, las exposiciones del Santísimo, las palabras complicadas, la lejanía de los “sacerdotes”, (que vuelven a vestirse distintos y a gustar ser tratados de usted), los PERDONAATUPUEBLOSEÑOR, ese que está eternamente enojado y que nada tiene que ver con el Padre del hijo pródigo…

Y no les sirve, ni nos sirve esta iglesia, porque no coincide con el Jesús del evangelio, ese que se juntaba con todo tipo de gente, que era un hombre normal y corriente, que sólo se diferenciaba en su manera de amar, que se acercaba a los distintos, que celebró una cena con sus amigos, y así les enseñó cómo había que tratarse; porque comer juntos es señal de igualdad y de cercanía. Además, les demostró cómo tenían que servir a los demás, lavándoles los pies, para que quedara bien claro que, el que quiera ser el primero, no tenga que ser el que más títulos tenga, ni más efectos especiales lleve puestos, ni marque más distancias…

Porque Jesús hablaba el lenguaje de los sencillos y le entendía todo el mundo, utilizando parábolas, que es lo que comprenden los niños y los adultos y no hay que tener estudios para acoger su mensaje, pero en cambio cuando en nuestra sociedad se oye hablar a mi iglesia, utiliza palabras frías, doctas, condenatorias, lejanas y sus modos son principescos, con exceso de pompa y glamour y eso le aleja de la gente sencilla, de los que buscan a Dios Padre, ese que nos quiere a todos como somos, que tiene un gran sueño para cada ser humano, sea pecador o no, frecuente su compañía o le desconozca, disfrute de saberse habitado o no haya oído en la vida hablar de El.

Yo estoy, igual que usted, el pastor del rebaño al que pertenezco, preocupada por las ovejas alejadas, por las que no conocen a Dios, por las que le buscan en todos los sucedáneos y por las que creen que El es alguien que sólo quiere pillarnos en falta, nos infantiliza y nos convierte en borregos que no piensan. Yo también siento dolor por los que creen que a Dios hay que hacerle como a mi Caja de Ahorros, que si le presto dinero, me regala un juego de sartenes… y por eso le repiten rutinariamente palabras para atesorar méritos, sin saber que Dios solo es una gran historia de amor gratuito, pronunciada en individual y en general, un Amor que nos envuelve a todos y nos dinamiza para ser cada uno el mejor ser humano posible y además hermano de todos los demás; simplemente eso, sin tener que adorarle en estatuas, ni comprarle con oraciones prefabricadas que se convierten en beneficios posteriores.

Yo le propongo, como oveja de su rebaño, que nos deje a las 99, que estamos seguras y salga corriendo a buscar a la que está perdida, a la que anda por ahí creyendo que Dios está en los ídolos del dinero, el trabajo, el poder, el prestigio o el “que siempre se ha hecho así”… También podría organizarnos y darnos pistas a las ovejas para que, con misericordia infinita, sepamos acoger a la perdida, a la preferida de Dios, a la que sufre, de forma que nunca condenemos a los que viven de forma diferente, como los separados, los homosexuales, los “recasados”, los…

No nos conocemos, aunque le nombro a usted con mucha frecuencia, cada vez que pedimos en las eucaristías por nuestro obispo Antonio María, y entonces aprovecho para decirle a Dios que abra sus ojos de buen pastor, para que vea con empatía a sus ovejas del año 2007, como son y como sienten, diferentes a las de generaciones anteriores, para que no les eche la bronca, cual madrastra regañona, sino que le haga brotar ternura y comprensión para hablarles como la madre que acoge a todos sus hijos, pero, de reojo, presta más atención a los más pachuchos.

Sé que andan las altas jerarquías trajinando con el tema de si se comulgó con rosquillas o si se celebró en vaqueros. Yo no sé muy bien cómo iría vestido Jesús en la última cena, pero seguro que El no le dio mucha importancia… se fijaba en otros detalles,… ni siquiera en si el pan era de trigo o no, porque entonces no podía tener amigos celiacos, ya que aún no se había descubierto la alergia al gluten pero, estoy segura de que, si El anduviera camuflado en sus reuniones, minimizaría esas pequeñas cosas que se han producido en un barrio en el que se celebra la fe entre pobres y marginados y pondría más énfasis en frenar el conservadurismo que se ha despertado, la recuperación de oros, pompas y rutinas litúrgicas, la vuelta a canciones obsoletas, que hoy no dicen nada, la rigidez de formas que alejan y aburren a tantas personas. El nos haría ser sensibles a la trágica indiferencia religiosa que estamos provocando y a la huída de los que no encuentran su sitio entre nosotros, para que generosamente saliéramos a su encuentro a llevarles la buena noticia liberadora y plenificante de saberse hijos de Dios, amados hasta el extremo.

Aunque siento pudor al escribirle esta carta, lo hago desde el sentido de la responsabilidad, porque me siento iglesia y porque creo que es algo que vamos construyendo entre todos, con la ayuda de Dios, que va trabajando en lo secreto y ha conseguido que después de dos mil años sigamos sintiéndonos sus hijos. Desde hoy oraré con más cariño por su tarea pastoral, con el deseo de que unos y otros aprovechemos las dificultades para crecer, sin perder energía en resentimientos ni reproches sino dejando fluir la positividad, la bondad y el espíritu conciliador de Jesús que nos impulsa a aportar cada uno lo mejor que tengamos para construir esta familia de los hijos de Dios. Un saludo

Mari Patxi Ayerra, una cristiana de Madrid

viernes, 13 de abril de 2007

En favor de "los/as sin techo"


El próximo fin de semana celebraremos en toda Bizkaia la Campaña por las personas sin hogar. La plataforma BESTE BI, de entidades por la inclusión residencial y a favor de las personas sin hogar, de la que Cáritas forma parte, ha organizado la campaña, “Otra cuidad es posible” para sensibilizar a la sociedad y denunciar la situación de este colectivo. Y han decidido sumarse, en esta ocasión, a la que Cáritas realiza cada año.
Casi dos mil (1.883) personas sin hogar han sido atendidas en los diferentes centros de la red del País Vasco, por lo que la cifra total de personas sin hogar es superior. Son personas sin vivienda donde residir, que viven una situación de desarraigo, sin lazos familiares, sociales y afectivos. Sin apoyos personales ni sociales, son sensiblemente más vulnerables frente a las dinámicas y situaciones que presenta la realidad actual.
El Evangelio está repleto de escenas en las que nos muestra a Jesús cercano a estas personas y generando procesos de liberación de prejuicios y barreras, tanto en ellas como en las que les rodean.
La celebración de la Eucaristía en una comunidad cristiana que ignora esta realidad, resulta fragmentada, como dice Benedicto XVI en su encíclica ‘Deus Caritas est’. Esta celebración dominical la podemos convertir en una oportunidad para hacer realidad la dimensión de la caridad de nuestra fe, para dotarla de coherencia. El potencial evangelizador que posee el compromiso de la comunidad cristiana con la justicia social y la acogida a personas en desventaja, es una excelente estrategia para la transmisión de la fe a jóvenes y adolescentes.

miércoles, 11 de abril de 2007

Desaprender. Reinaugurar la vida


Publicado en ECLESALIA, 10/04/07
Desaprender la guerra, realimentar la risa,
deshilachar los miedos, purificar la brisa.
Anteponer lo ajeno,
curarse las heridas

Desconvocar el odio, desestimar la ira,
Rehusar usar la fuerza, rodearse de caricias,
Reabrir todas las puertas, rendirse a la Justicia.
Rodearse de caricias.

Rehabilitar los sueños, penalizar las prisas, indemnizar al alma,
sumarse a la alegría.

Humanizar los credos, sitiar cada mentira,
adecentar la Tierra, reinaugurar la Vida.

Sumarse a la alegría, reinaugurar la Vida

martes, 10 de abril de 2007

Subsidios litúrgicos para el tiempo pascual


En la web diocesana podeis descargar los subsidios litúrgicos para el tiempo pascual en euskera y en castellano.
Tambien en la web de la diocesis de Donosti tienen subsidios en euskera y en castellano
En cualquier caso feliz tiempo de Pascua.

domingo, 8 de abril de 2007

Pascua 2007, ¡ES LA HORA DE LA VIDA NUEVA! ZORIONAK!



Es la hora de entrar en la noche sin miedo,
de atravesar ciudades y pueblos,
de quemar lo viejo y comprar vino nuevo,
de creer en medio de la oscuridad y los truenos.
¡ES LA HORA DE LA VIDA NUEVA!

Es la hora de levantarse del sueño,
de salir al balcón de la vida,
de mirar los rincones y el horizonte,
de asomarse al infinito aunque nos dé vértigo,
de anunciar, cantar y proclamar.
¡ES LA HORA DE LA VIDA NUEVA!

Es la hora de romper los esquemas de siempre,
de escuchar las palabras del silencio,
de cerrar los ojos para ver mejor,
de gustar su presencia callada,
de andar por los desiertos.
¡ES LA HORA DE LA VIDA NUEVA!

Es la hora de despertar al alba,
de descubrir su presencia entre nosotros,
de iniciar caminos nuevos,
de andar en confianza,
de pasar a la otra orilla.
¡ES LA HORA DE LA VIDA NUEVA!

Es la hora de confesar la vida,
de hablar poco y vivir mucho,
de arriesgarlo todo apostando por Él,
de sentarse a la mesa y calentar el corazón,
de esperar contra toda esperanza.
¡ES LA HORA DE LA VIDA NUEVA!

Y ahora también es la hora
de seguir alimentando la semilla de la paz en nuestro pueblo
cuidándola, regándola y abonándola.
¡ES LA HORA DE LA VIDA NUEVA!

¡Es Pascua, el paso de Dios por nuestro mundo lavando las heridas,
sembrando esperanza,
levantando la vida,
llenando de semillas nuestras alforjas vacías

No está entre los muertos


JOSÉ ANTONIO PAGOLA
(Publicado en ECLESALIA, 04/04/07)

«¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado». Según Lucas, éste es el mensaje que escuchan las mujeres en el sepulcro de Jesús. Sin duda, el mensaje que hemos de escuchar también hoy sus seguidores. ¿Por qué buscamos a Jesús en el mundo de la muerte? ¿Por qué cometemos siempre el mismo error?

¿Por qué buscamos a Jesús en tradiciones muertas, en fórmulas anacrónicas o en citas gastadas? ¿Cómo nos encontraremos con él, si no alimentamos el contacto vivo con su persona, si no captamos bien su intención de fondo y nos identificamos con su proyecto de una vida más digna y justa para todos?

¿Cómo nos encontraremos con «el que vive», ahogando entre nosotros la vida, apagando la creatividad, alimentando el pasado, autocensurando nuestra fuerza evangelizadora, suprimiendo la alegría entre los seguidores de Jesús?

¿Cómo vamos a acoger su saludo de «Paz a vosotros», si vivimos descalificándonos unos a otros? ¿Cómo vamos a sentir la alegría del resucitado, si estamos introduciendo miedo en la Iglesia? Y, ¿cómo nos vamos a liberar de tantos miedos, si nuestro miedo principal es encontrarnos con el Jesús vivo y concreto que nos transmiten los evangelios?

¿Cómo contagiaremos fe en Jesús vivo, si no sentimos nunca «arder nuestro corazón», como los discípulos de Emaús? ¿Cómo le seguiremos de cerca, si hemos olvidado la experiencia de reconocerlo vivo en medio de nosotros, cuando nos reunimos en su nombre?

¿Dónde lo vamos a encontrar hoy, en este mundo injusto e insensible al sufrimiento ajeno, si no lo queremos ver en los pequeños, los humillados y crucificados? ¿Dónde vamos a escuchar su llamada, si nos tapamos los oídos para no oír los gritos de los que sufren cerca o lejos de nosotros?

Cuando María Magdalena y sus compañeras contaron a los apóstoles el mensaje que habían escuchado en el sepulcro, ellos «no las creyeron». Éste es también hoy nuestro riesgo: no escuchar a quienes siguen a un Jesús vivo.

lunes, 2 de abril de 2007

Ni salvados, ni redimidos

JAIRO DEL AGUA, jairoagua@orange.es

(Publicado en ECLESALIA)

Durante siglos nos han enseñado que el pecado del hombre causó una ofensa infinita a Dios. Siendo el hombre un ser limitado, no podía reparar esa ofensa infinita. Era preciso alguien infinito para satisfacer el honor de Dios. Por otro lado, al haber sido cometida la ofensa por el hombre, tenía que ser reparada por un hombre. Eso explica que Jesús (Dios y hombre) se encarne, muera y merezca con su muerte (sacrificio con valor infinito por tratarse de un ser infinito) la reconciliación con Dios. Al quedar pagado el justiprecio por todos nuestros pecados, quedamos redimidos y los cielos abiertos.

Se me ponen los pelos de punta al recordar esta nefasta doctrina que ha durado casi diez siglos, ha denigrado el rostro de Dios revelado por Cristo y ha causado tanto temor. Bajo ella laten los conceptos de "culpa" y "expiación" judaicos de los que estaba impregnado San Pablo y con los que, a veces, contamina sus cartas. La superada "interpretación literal" de la Escritura nos permite ahora distinguir el diamante (palabra de Dios) de los defectos causados por su tallador (el escritor sagrado).

En el siglo XI San Anselmo, influido por la literalidad de la Escritura y el ambiente feudal de su época, escribió la teoría de la redención que he resumido. La recogió después Santo Tomás y se ha ido trasmitiendo por generaciones. Ahora los teólogos la rechazan pero no se hace lo necesario para borrar del subconsciente colectivo esa trágica teoría. Cuando se descubre un error, lo recto es corregirlo inmediatamente. Sin embargo, nuestra Liturgia sigue lastrada por esas falsedades, como algunas predicaciones de sacerdotes u obispos. Me duele la falta de celo, el inmovilismo, la ausencia de conversión (rectificación). Me duele que al Pueblo de Dios no le lleguen las luces nuevas y la liberación del error y del temor. Aunque comprendo la pesada inercia de los siglos.

Los humanos somos expertos en construir torres de Babel con el pensamiento, en hacer encaje de bolillos con nuestra razón. El error surge al apartarnos de la realidad, al barajar fantasmas. Esos cerebralismos, ese despegue de la realidad inscrita en el corazón y recogida en el Evangelio, nos dibujaron un "dios sádico" (al ras de los dioses mitológicos), capaz de desangrar a su hijo para darse a sí mismo una reparación. ¡Pero qué barbaridad! ¡Rechazo públicamente ese dios falso y esa redención mercantil!

Me adhiero al Padre revelado por Jesús en la parábola del hijo pródigo. Creo en el Dios Amor que no necesita para perdonar ni pagadores, ni justificadores, ni expiaciones, ni holocaustos, ni sacrificios. Mi Dios es fina lluvia templada que se derrama constantemente sobre sus sedientas criaturas. Es el calor que necesita mi piel, la luz que ansían mis ojos, la música que sosiega e inunda mi ser. Es el perfumado horizonte de flores que busca mi corazón. Es la Felicidad plena que creó al hombre para hacerle partícipe de su felicidad. Es pura Gratuidad que no espera respuesta, sólo anhela que su regalo haga feliz al otro. No hay precios que pagar, no hay expiaciones que colmar.

¿Entonces, la venida de Cristo para qué? Para que no perdamos el regalo. Para que no mendiguemos comida de cerdos teniendo un Padre millonario. Dios nos creó libres "a su imagen y semejanza" pero elegimos emplear ese don contra nosotros mismos. Huimos de nuestra humanidad y nos convertimos en alimañas ("homo homini lupus"). Contagiamos nuestras erradas decisiones a las generaciones siguientes. Y nos fuimos hundiendo en la violencia, el temor, la oscuridad y la desesperación. El Amor gratuito de Dios no podía quedar indiferente y decidió "recrearnos", enseñarnos a ser humanos. Para eso viene el Hijo del Hombre, el modelo, para devolvernos nuestra identidad y, con ella, el mapa de la felicidad. Lo dice Juan maravillosamente: "Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo único, para que quien crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn. 3, 16). Creer significa confiar, seguir, adherirse a la persona y al mensaje. Tener vida significa crecer, realizarse, avanzar hacia la felicidad para la que fuimos creados. Por eso la salvación no está en la cruz, sino en el diario seguimiento del Salvador:"Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Jn. 14, 6).

¿Y la pasión y muerte? Es nuestra respuesta ciega al que viene a ayudarnos. Lo cuenta el mismo Jesús en la "parábola de los viñadores homicidas" (Mt. 21, 33). No existe una cruz redentora querida por Dios. Él aborrece el sufrimiento de su Hijo y de sus hijos. Existe el horror de la cruz con la que aplastamos al Justo, al Bueno, al Pacífico, en contra de la voluntad de Dios, para proteger -terrible y vergonzante paradoja- la religión. (Los religiosos de hoy deberían meditar seriamente esta historia).

Ante nuestra libertad criminal, Dios pudo quitárnosla ("crees que no puedo pedir ayuda a mi Padre que me enviaría doce legiones de ángeles" Mt. 26, 53). Hubiese sido la destrucción del hombre porque sin libertad dejamos de ser humanos. Su obra creadora hubiese fracasado. La respuesta no fue fulminarnos sino enseñarnos. Y ahí entra la pedagogía del Crucificado: "vencer el mal con abundancia de bien". Ante la atrocidad de nuestra libertad deicida, Él certifica con su sangre los valores de su Mensaje: paz, amor, verdad, confianza, perdón, fortaleza, etc. La resurrección probará que esos valores, por los que Cristo se deja matar, son el camino del triunfo definitivo.

Desde entonces el Crucificado Resucitado es nuestro ejemplo, nuestro camino de realización. Y le llamamos Redentor porque nos redime del fracaso como seres humanos. Su dolor resucitado, además de refrendar el Mensaje, es consuelo y esperanza para los que sufren, en cualquier tiempo, bajo las garras del mal. "No tengáis miedo de los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma" (Mt. 10, 28).

El corazón maternal de Dios no puede renunciar a su deseo de hacernos felices. Ésa es la finalidad de la creación, de la encarnación y de la pasión. Ése es el regalo de su Gratuidad. Quien estúpidamente lo rechaza en esta vida tendrá que rehabilitarse en la otra, tendrá que hacer la dolorosa gimnasia de convertirse en humano, o sufrir indeciblemente al darse cuenta de que rompió su décimo premiado ("allí será el llanto y el rechinar de dientes"). Porque la posibilidad de ser feliz está indisolublemente ligada a la naturaleza humana. Un perro podrá estar satisfecho pero nunca feliz. Nadie que renuncie a la "imagen y semejanza", inmersa en su humanidad, podrá encontrar la felicidad. Por eso la parábola del hijo pródigo -síntesis de todo el Evangelio- es una historia de gratuidad, libertad errada y felicidad recuperada ("volveré junto a mi Padre").

Hay dentro de mí un deseo inmenso, lector amigo, de que consigas tu redención, tu salvación, tu humanización. Tanto como deseo la mía. Ya sabes el Camino. No consientas que te cuenten cuentos.