Joxe Arregi
“¿Qué es lo que quieren estos tíos, si no han trabajado en su puta vida?”. “Despejad la plaza, que quiero dar de comer a las palomas”. Se me humedecieron los ojos cuando, el domingo por la tarde, una de las “indignadas” de la plaza Arriaga de Bilbao nos leyó estos comentarios, y otros igualmente terribles, que acababan de aparecer en ciertos blogs integristas. Me pregunté: “¿Es el colmo del cinismo o es la sima de la inconsciencia?”. Y pensé: “Tal vez hoy habrán ido hoy a misa esos que hablan así”.
Me gustaría entrar por un momento en el corazón de las personas que escribieron tales comentarios y entender por qué oscuras razones se expresan con tanta dureza sobre esta rebelión pacífica que es el 15-M. Y me gustaría decirles: Amiga/o, ¿hablarías así si tus hijos de 30 y 35 años estuvieran en paro, si no tuvieran una casa en que vivir con sus parejas y darte nietos, y hacer crecer en el mundo la vida y la dicha?
Amigo/a, ¿nunca te ha estremecido la denuncia del profeta: “Disminuiremos la medida, aumentaremos el precio y falsearemos las balanzas para robar; compraremos al desvalido por dinero; venderemos al pobre por un par de sandalias” (Amos 8,5-6)? ¿No ven tus ojos el dolor del mundo? ¿No oyen tus oídos su clamor? Tal vez te llames cristiano y lo seas; pero ¿cómo rezas entonces el Padrenuestro, si no es como “un manifiesto revolucionario y un himno de esperanza” (J. D. Crossan)? ¿En qué piensas cuando dices: “Venga a nosotros tu reino” y “Danos el pan de cada día”?
Nadie sabe si el 15-M es un vigoroso germen de transformación planetaria o no es más que un sueño generoso y pasajero. Eso no depende de ellos, sino de nosotros, de todos nosotros. “Si no buscas una solución, eres parte del problema”, nos han dicho certeramente. No es seguro que tenga éxito aunque lo apoyemos, pero es seguro que no tendrá éxito si no lo apoyamos. Y en cualquier caso, la calidad de un compromiso no se mide por el éxito o el fracaso, sino por la generosidad vivida y por el valor de la causa, aunque fracase.
A veces hay que medir la acción en función del resultado previsto, no digo que no, pero hay causas –son las causas más humanas– que merecen adhesión aunque fracasen. Nada hay más ético y humano, nada más divino, que la compasión y el compromiso con el herido del camino sin esperar premio ni obtener éxito.
¿Qué otra cosa hizo Jesús cuando subió a la montaña y proclamó: “Bienaventurados vosotros, los pobres, porque Dios os librará”, cuando salió a los caminos y curó a quien pudo, cuando se enfrentó al Sanedrín y al Pretorio arriesgando su vida? No importa que fracasara, si es que fracasó. ¿Qué es el éxito y qué es el fracaso? “El crucificado vive en Dios”, proclamaron los cristianos después de su fracaso. El vencido es victorioso, el condenado ha subido al cielo, porque Dios está con los que padecen el infierno. Donde está Dios, allí es el cielo. No os quedéis, pues, mirando al cielo, sino transformad la tierra.
La causa de los jóvenes indignados de nuestras plazas es la causa más justa del planeta entero y merece la pena, aunque fracase. Pero sería tremendo que fracasara por nuestra desidia. Es la causa del Evangelio. Es la causa de Dios. La causa de Dios no es que todo el mundo crea en Dios – ¿qué significa eso?–, sino que el mundo sea justo y viva en paz, que todas las criaturas sean dichosas. La causa de Dios se defiende en las tiendas de campaña de las plazas, mucho más que en los templos de piedra.
Está bien que los cristianos nos reunamos cada domingo a celebrar la memoria de Jesús, cuyo fracaso es ascensión. Pero no sería la misa de Jesús, si antes o después, de una manera u otra, no acudimos, con todos los párrocos al frente, a reunirnos con los jóvenes indignados de las plazas que encarnan el sueño y la causa de Jesús. Está bien –digamos que sí– que los obispos convoquen a los jóvenes del mundo entero a la JMJ en Madrid, pero creo que sería una traición a Jesús, al Evangelio, a la memoria y a la esperanza de la Iglesia, si estos jóvenes, antes y después de la JMJ, no se sumaran a la juventud mundial del 15-M, reclamando con ellos lo mismo que Jesús reclamaba, y dándole así a Dios el único culto que le honra.
Sería un sacrilegio que la JMJ (Jornada Mundial de la Juventud) vaya a gastar 50 millones de euros –en buena parte, dinero de los contribuyentes que somos todos; en otra buena parte, donaciones interesadas de algunas de las empresas más corruptas del Estado español–, si los jóvenes de la JMJ no apoyaran activamente la rebelión bíblica de los jóvenes del 15-M. El vía crucis de la Castellana sería entonces una farsa cruel.
Pues no hay gloria de Dios sin democracia real. Y no hay democracia real. No hay democracia real cuando el 40 % de la juventud no tiene trabajo ni casa; cuando en las listas de las últimas elecciones españolas había tantos candidatos corruptos que nos seguirán mandando si han sido elegidos, y si no lo han sido también; cuando la eliminación del fraude fiscal en el Estado español permitiría dar 20.000 euros a cada uno de los 4 millones de parados; cuando 300 multinacionales gobiernan a todos los gobiernos; cuando unas pocas empresas controlan y manipulan a todos los medios de comunicación y hacen que la libertad de expresión e incluso de opinión sea mera ficción; cuando los países ricos imponen los precios y aranceles que les interesan;
¡Bien por esos jóvenes de nuestras plazas alegres e indignados, lúcidos y generosos, con su bloc y su boli moderando asambleas en corro, dando lecciones de política a los políticos, de economía a los economistas, de verdadera teología a los creyentes de todas las religiones! ¿Qué piden estos jóvenes en las plazas? Solamente piden aquello que debe y puede ser. “Esto es revolucionario y es solo el comienzo”, y de nosotros depende que tenga futuro, es decir, que tengamos futuro.
Son como los viejos profetas de la Biblia, que inventaron imágenes y palabras para el sueño posible, para Dios, porque dice Dios: “Mirad, voy a hacer algo nuevo, ya está brotando en las plazas, ¿no lo notáis. Trazaré un camino en el desierto, senderos en la estepa” (Isaías 43,19). Pero, con infinita inquietud en sus ojos, Dios dice también: “Oh criaturas mías, yo no podré hacer nada nuevo, ni trazar un camino en el desierto ni ser el futuro del mundo, sin vosotras. Yo no puedo nada sino gracias a vosotras”.
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